La muñeca de Sal
Había una muñeca de sal que tenía un deseo: lo que más quería era ver el mar. Siendo una muñeca de sal, ignoraba qué era el mar. Y decidida a conocerlo, un día decidió partir a satisfacer su deseo. Después de un largo peregrinar a través de territorios áridos y desolados, caminaba y caminaba atravesando el desierto…… y tanto llegó a caminar tales distancias, que por fin, llegó a la orilla del mar.
Ante aquella inmensidad azul quedó fascinada, contemplando el agua: líquida, transparente, vibrante… tan diferente a todo lo que había conocido hasta entonces. Y entonces descubrió algo inmenso, fascinante y misterioso al mismo tiempo.
Era el amanecer... cuando el sol comenzaba a iluminar el agua encendiendo aún tímidos reflejos. Pero la muñeca no lograba entender qué era aquello.
Permaneció allí firme, largo tiempo, como clavada fuertemente en la arena con la boca entreabierta. Y ante ella, esa extensión inmensa y seductora. Se decidió, al fin... Y le preguntó profundamente intrigada al océano:
- "Dime: ¿Quién eres?"
- "Soy el mar."
- "¿Y qué es el mar?"
- "Lo que Soy."
- "No comprendo, deseo conocerte. Explícame quién eres."
Y el mar le contestó, amoroso y sonriente, con una propuesta inquietante:
- “¿Por qué no entras y lo compruebas por ti misma? Es muy sencillo: sólo tócame, entra en mí."
Entonces la muñeca cobró ánimos, ya había suficiente luz para ver claramente. Y dio un paso, avanzando hacia las aguas. Después de dudarlo mucho, tocó levemente con su pié aquella masa imponente... Y obtuvo una extraña sensación. Y tuvo la impresión de que comenzaba a comprender algo.
"¡¿Qué me has hecho?! ... ¿Dónde están mis dedos?"
El mar respondió imperturbable:
- "¿Por qué te quejas? simplemente has ofrecido algo para poder comprender... ¿No era eso lo que pedías? ¿¡Comprender!?"
Pero la muñeca de sal insistía:
- "Sí ... Es cierto, no pensé en eso... pero... sí quiero saber quién eres..."
- "Entra y lo descubrirás..."
La muñeca, entonces, reflexionó un poco y luego avanzó decididamente dentro del agua, a medida que progresaba hacia las olas, introduciéndose lentamente en el mar… éste la iba envolviendo y a medida que iba adentrándose… le disolvía algo, alguna parte de ella, dolorosamente... la muñeca iba menguando… se iba disolviendo.
A cada paso la muñeca perdía algún fragmento... Más se adentraba… y más… y más… se disolvía… A cada paso… iba quedando menos de la antigua muñeca…
Cuanto más avanzaba se sentía despojada de alguna porción de sí misma, y la dominaba la sensación de comprender mejor.
Se sentía más ligera, más sutil... Pero no conseguía aún saber del todo lo que era el mar...
Otra vez repitió la acostumbrada pregunta:
- "¿Qué es el mar, entonces?"
No hubo respuesta, sólo sintió el silencio y se sumergió por completo...
Antes de que la última ola abarcara lo que aún quedaba de ella, precisamente en el mismo instante en que desaparecía, en que se disolvía totalmente adentrándose en el agua, la muñeca exclamó con su último hilo de voz:
- "¡Ah...!, ¡Ahora comprendo!... ¡Ahora sé quién eres…!"
“¡Ahora ya sé quién soy!”
Una taza de té
Un importante catedrático de una universidad, se encontraba últimamente en extraños e incómodos estados de ánimo, se sentía ansioso, infeliz y si bien creía ciegamente en la superioridad de su intelecto y saber, pero no se sentía en paz consigo mismo ni con los demás. Su infelicidad era tan profunda como su vanidad. En un momento de lucidez y humildad fue capaz de escuchar a alguien que le sugería aprender a meditar como remedio a su angustia. Ya había oído decir que el Zen era una buena medicina para el espíritu pero quería corroborar aquellas palabras con su propio testimonio.
En su región vivía un maestro budista y este profesor decidió visitarle para pedirle que le aceptara como su alumno y le enseñase lo que necesitaba.
Una vez llegado a la morada del maestro, el invitado se sentó en la humilde sala de esperas y miró alrededor con una clara actitud de superioridad. La habitación estaba casi vacía y pocos ornamentos cuidadosamente colocados.
Cuando llegó el maestro, se presentaron y el primero le dijo:
- Permitame invitarle a una taza de té antes de comenzar a conversar
El catedrático asintió disconforme. En unos interminables minutos, el té estaba listo. Con calma y serenidad, el maestro sin perder en ningún momento su cortés actitud, comenzó a servirle.
El líquido llenó la taza, pero continuó rebosando, derramándose por toda la mesa, el profesor que ya no tenía más paciencia por lo que se levantó gritando:
- Necio! ¿Acaso no ves que la taza ya está llena? ¡No cabe más!
Sin perder su ademán el maestro sonrió y le contestó:
- Por supuesto que lo veo. Y de la misma manera veo que no puedo enseñarte el zen. Porque tu mente ya está llena.
Vacía tu taza
La joven del vestido
Dos monjes peregrinaban de un monasterio a otro y durante su travesía debían cruzar una vasta región formada por colinas y bosques.
Un día tras un fuerte aguacero, llegaron a un punto de su camino donde el sendero estaba cortado por un riachuelo convertido en torrente de barro a causa de la lluvia. Los dos monjes se estaban preparando para vadear, cuando oyeron unos sollozos que procedían de una zona boscosa un tanto alejada del sendero. Al indagar comprobaron que se trataba de una hermosa muchacha que lloraba desesperadamente.
Uno de los monjes le preguntó cual era el motivo de su desconsuelo, y ella le respondió que a causa de la riada, no podía vadear el torrente del sendero sin manchar su delicado vestido de boda, pues al día siguiente tenía que estar en el pueblo para aquellos preparativos.
Si no llegase a tiempo, le sucederían graves problemas.
El monje no titubeó en ofrecerle su ayuda, y bajo la mirada atónita del otro religioso, el primero la alzó en brazos y la llevó al otro lado de la orilla. La dejó allí con su impoluto vestido, y se despidieron deseándose que todo fuese bien.
Los monjes prosiguieron su camino.
Al cabo de un rato, el segundo monje comenzó a criticar a su compañero por aquella actitud, especialmente por el hecho de haber tocado a una mujer de aquella forma, infringiendo así uno de sus votos. El monje acusado no pronunciaba argumento ninguno para defenderse, siquiera una sola palabra salió de su boca, las críticas continuaron durante todo el trayecto hasta el monasterio.
Cuando se disponían a entrar en los terrenos del templo, el primer monje se detuvo y le habló justo antes de disponerse a entrar:
- Yo he dejado a la chica en la otra orilla, ¿Tú, aún la llevas contigo
15 años
Este era un joven entusiasta, que quería aprender el camino medio. Escuchó en un monasterio budista, que existía un excelente maestro que lo sabía todo en una de las grutas de la montaña, pero que era un ermitaño.
El joven se preparó y fue a visitar al anciano, una vez allí lo encontró meditando y esperó hasta que pudiesen hablar. Entonces se arrodilló y le suplicó:
- Maestro! Maestro! Acépteme como su alumno, y enséñeme todo lo que sabe. Vendré todas las mañanas a aprender de usted! ¿Cuando tardaré en aprenderlo todo?
El Maestro se atusó la barba y contestó sonriendo
- Tardarías 5 años
El joven se apresuró a contestar que era demasiado tiempo, y que subiría todo su esfuerzo, viniendo a meditar por la mañanas y por las tardes.
Entonces el maestro le contestó
- Tardarías 10 años
El joven se enfadó y contestó que buscaría cada minuto de su día para aprender de él.
- Entonces 15 años
El joven enfadado, creyendo que el maestro le estaba haciendo una pesada broma, le acusó:
- Cómo es posible que cada vez que me esfuerce más y de más tiempo a mi estudio, tarde más tiempo en aprenderlo.
Y así le contestó el ermitaño:
- Pues porque cada vez te centrarás más en cuanto esfuerzo das y cuanto tiempo puedes ofrecer. Y mientras tienes un ojo en tu estudio tienes otro en tu tiempo.
El anciano, el joven y el burro
Era un anciano y un joven que viajaban con un burro. Caminaban al lado del animal para cuando atravesaban un pueblo. Un grupo de niños se rió de ellos gritando.
- ¡Mirad que tontos! ¡Poseen un burro y los dos van caminando! Al menos, el viejo podría subirse a él.
Entonces el anciano se subió al burro y continuaron su marcha hacia otro pueblo donde al pasar, algunas personas se indignaron y proferían insultos hacia el anciano:
- ¿No te da vergüenza maltratar así a ese pobre muchacho? ¡El anciano tan cómodamente sobre el burro y el pobre niño caminando!
Entonces el anciano cambió su sitio con el joven, y prosiguieron su camino hasta la siguiente aldea, donde la gente comentó:
- ¡Esto sí que es intolerable! ¡Mirad a ese pobre anciano caminando y el niño ni le cede su sitio!
Puestas así las cosas... el anciano se subió al burro y los dos fueron sobre el costado del animal, hasta que de camino al siguiente pueblo, se tomaron con un grupo de campesinos que les azuzaron:
- ¡Qué crueldad! ¿Cómo podéis tratar así a ese pobre animal?
Entonces el anciano y el niño tomaron la determinación de cargar al burro sobre sus hombros, con lo que al llegar al siguiente pueblo, la gente se rió y mofó de ellos diciendo:
- Nunca vimos gente tan estúpida. Tienen un burro y en lugar de montarlo, lo llevan a cuestas!
Las risas y griterio estresaron al animal, que cuando el anciano y el niño intentaron bajar de sus hombros, comenzó a patalear, perdiendo el equilibro y dando su cabeza contra las duras rocas del suelo, hallando la muerte.
El viejo se postró delante del animal muerto y le habló al niño.
- Querido mío, cierra tus oídos a la opinión ajena. Que lo que los demás digan de ti, te sea indiferente. Escucha solo a tu corazón...